Asia y el triatlón: entre lujo, tradición y contrastes
Muchas diferencias pero también mucho en común.
Estuve en Asia estas últimas semanas, y como siempre, no puedo dejar de mirar el deporte desde la lente de quien entrena, compite, observa… y siente. Participé en dos eventos muy distintos (con roles diferentes, de atleta y de coach), pero ambos poderosos: el T100 en Singapur y el Ironman en la isla de Penghu, Taiwán. Dos mundos, dos experiencias, y una sola conclusión: el triatlón tiene un idioma universal… pero cada cultura le pone su propio acento.
Singapur y el T100: lujo, precisión y Fórmula 1
El T100 fue un despliegue de poder. Literalmente. Un evento montado sobre el circuito urbano de Fórmula 1 en uno de los países más ricos del mundo. Calles cerradas, arquitectura icónica, logística de primer mundo, y una vibra que mezcla glamour con alto rendimiento. Pasar en bicicleta por los pit stops del circuito es una experiencia que solo los corredores de F1 viven una vez al año… y ahora, los triatletas también.
Este circuito —que forma parte de la Super League reconvertida en T100— busca elevar el triatlón a un nivel casi de espectáculo. Pro y amateur conviven, incluso con modalidades como duatlón para quienes no nadan (yo por ejemplo, por más de 6 meses), y se ve un esfuerzo por acercar el deporte a nuevos públicos. Todo está pensado: pantallas, música, marcas top y un recorrido tanto de bici como de trote espectaculares rodeados de vegetación y modernidad.
Y hablando de eso… las bicicletas que vi en Singapur fueron de otro planeta. Aros de más de $5.000, aerobars impresos en 3D a medida, componentes cerámicos, colores personalizados, brillos, logos... Están a la altura —y en algunos casos por encima— de lo que he visto en mundiales. Es evidente que aquí no escatiman en nada cuando se trata de rendimiento y estilo.
Taiwán y el Ironman: tradición, simplicidad y enfoque
Días después, el contraste fue total: Ironman Taiwan en la isla de Penghu. Una isla pesquera, sin turismo masivo, con arquitectura monótona, fría y silenciosa. Todo es más tranquilo, más sobrio, hasta tétrico y sombrío me pareció. Aquí el Ironman es, literalmente, lo que mueve a la ciudad. Pero no hay despliegues fastuosos, ni fiestas, ni multitudes. Solo triatletas entrenando, compitiendo y comiendo arroz con pescado después de cruzar la meta, muy pocos espectadores.
Sí, la comida post carrera fue toda una experiencia: sopa caliente, arroz, vegetales fermentados… todo muy local. Para que te hagas una idea, sería como llegar a la meta del Ironman Manta y que te esperen con guatita, tortillas de papa y fritada. Raro, pero chévere. Porque te das cuenta de que el deporte es el mismo, pero las costumbres alrededor cambian.
Aun así, sentí que hablábamos todos el mismo idioma: el del triatlón. Todos con sus camisetas de finisher, sus botellas de hidratación, sus medias de compresión y ese nervio previo a la competencia que es igual en cualquier rincón del planeta.
¿Y el nivel competitivo?
Si hablamos de nivel, Asia todavía está un paso por detrás de Latinoamérica, y quizás dos o tres detrás de Europa o EE.UU. Se nota sobre todo en la natación y la bici, donde la experiencia cuenta mucho. Pero ojo: hay países como Japón donde el running es fortísimo, y eso se nota. El fondo que traen, la cultura del atletismo, les da ventaja en ese segmento.
Igual que en todo el mundo, cuando entras a pelear por los podios, aparecen los “duros”, los que se lo toman en serio, los que quieren clasificar al Mundial. Y ahí ya no importa el continente: el esfuerzo se vuelve global.
Una mirada más allá del dorsal
Pero este viaje no fue solo de competir y entrenar. En el Ironman de Taiwán fui también como support crew de dos pupilos, y eso me dejó aprendizajes profundos como entrenador.
Por un lado, Juan Francisco debutaba en la distancia. Por otro, Marialuz completaba su Ironman número 17. Dos mundos. Dos procesos completamente distintos. Él necesitaba validación, estructura, datos. Usamos todas las herramientas tecnológicas disponibles para darle confianza y sustento a su excelente forma. Ella, en cambio, no entrenó al 100% para esta carrera; su experiencia habla por sí sola. Y ahí el rol del coach no es exigir más, sino leer entre líneas, saber cuándo sumar y cuándo dejar espacio. Un par de entrenamientos bien colocados, y dejar que fluya. La conozco hace años, y sé que cuando se pone el chip competitivo, las cosas funcionan.
¿El resultado? Ella, primer puesto en la categoría 50-54. Él, tercer lugar en la siempre dura 35-39. Dos enfoques, dos personalidades, dos historias distintas… y un mismo objetivo cumplido. Porque ser entrenador también es saber adaptarse, conectar, y apoyar como se necesita en cada momento.
Lo que me quedó
El triatlón nos une, pero nuestras raíces, experiencias y caminos lo colorean de formas distintas. Asia me mostró contrastes culturales enormes, pero también una pasión creciente por el deporte que compartimos. Y aunque hablamos lenguas diferentes, el idioma del esfuerzo, la disciplina y el deseo de superarse es el mismo en cualquier rincón del mundo.